lunes, 4 de octubre de 2010

No hizo ninguna carta de despedida...


Se le clavó el dolor en las sienes, penetrante, taladrante. Se le llenó el cerebro de alcohol y el estómago comenzó a arderle. Tenía una botella de vodka blanco en la mano izquierda y un par de pastillas Prozac en la derecha. Le dio un trago al vodka y dejando las pastillas en el suelo, se secó el maquillaje corrido y las lágrimas con el brazo. Se encontraba sentada en su habitación, apoyada en uno de los laterales de la cama, mirando al balcón, el paisaje, las nubes grises apoderándose el cielo y rugiendo enfadadas. Sentía que el corazón le bombeaba a doscientas pulsaciones por minuto, que el hígado estaba a punto de reventarle y que se le estaba quemando la tráquea. Se le rasgaba el esófago. No podía parar de llorar, estaba borracha y además destrozada, física y emocionalmente. Se le inundaban los ojos, el mundo y las pestañas. Volvió a agarrar las dos pastillas que segundos antes había depositado en el suelo y se tragó una, la otra la dejó ahí otra vez. Con la botella aún agarraba en la mano izquierda, salió al balcón. Fuera llovía y cuando abrió la puerta y se encontró en el exterior, se dio cuenta de que haberse limpiado el maquillaje no había servido de nada, pues lo poco que había quedado había vuelto a manchar su rostro, extendiéndose por sus pálidas mejillas. El Prozac hizo que se siéntese algo aturdida. La lluvia le golpeaba la cabeza, los hombros, las manos, las costuras de su sonrisa descosida. Se sentía como una de esas personas raras, fans de la lluvia, de la música alternativa y las películas francesas; como una de esas chicas que se sentían diferentes al resto de la gente. Pero le gustaba estar bajo ese manto de gotas de agua que caían del cielo. Volvió dentro, totalmente empapada y se tendió en el suelo enmoquetado. Cogió la otra pastilla, y ante el pensamiento de tener que esperar y sufrir la agonía de los efectos del Prozac y el vodka, decidió coger unas cuántas más. Media hora después cerró los ojos y dejó de respirar. Ya era feliz. No había hecho ninguna carta de despedida, no tenía que por qué hacerlo, nadie iba a leerla. Ahora era libre del amor que sentía por él, aunque no tuviese tanto aliente para vivir su nuevo destino.

No hay comentarios: